Una vez ya descartado el tumor, el ambiente era mucho más relajado. Además, ya habíamos empezado con el tratamiento y no podía ir mejor.
Los médicos al principio no estaban muy optimistas y no nos aseguraban cuándo iba a recuperar la motricidad pero la realidad es que no fue ni cuestión de 24 horas y Carolinchi corría ya como una loca y sin rastro de ataxia.
Así que… Estábamos en el buen camino. Imaginaros lo bien que iba todo que viendo la evolución que tuvo, en diciembre mantendrían el nivel de medicación pero en enero empezarían a bajar la dosis de corticoides. De los 9 que le suministraban al mes, se lo dejarían en 7.
Además, el hospital empezaba a ser como nuestra segunda casa y ella empezaba a estar en su salsa. De hecho, desde que pasamos tanto tiempo allí ella dice que de mayor quiere ser médico para curar a la gente como la están curando a ella, jeje. ¡Me la como!
Todavía a estas alturas cada vez que íbamos al hospital nos tirábamos allí casi una semana ingresados pero poco a poco fuimos montando nuestras rutinas y cada vez se hacía más llevadero.